Llevamos ya 5 semanas de
confinamiento. Trabajar en casa requiere bastante organización y aunque sea
difícil, ayuda a que las horas pasen más rápidamente. Cuando llega el fin de
semana, tratamos de buscar formas de suplir lo que hasta hace unas semanas era
normal y que ahora tanto echamos de menos.
Hoy estaba recordando un viaje que hicimos a
Mexico. Allí descubrí el mar más turquesa que jamás había visto, lugares que invitaban
a vivir descalzo y calles sin asfalto ni coches. Zonas protegidas con
naturaleza en estado puro y poca conexión a internet…en este momento, mi
definición de paraíso.
También descubrí el Tao Center, una
escuela de yoga en la que me inicié en esta disciplina, casi por casualidad,
hace ya casi una década. Las rutinas de dos turistas en este maravilloso destino
incluían empezar el día temprano con algo de bienestar, y el centro nos atrapó. Un
centro que cuida todos los detalles rodeado de pura vegetación, con mensajes en
sus grandes ventanales y maestros de yoga con un delicado acompañamiento.
El regreso fue de impacto como
casi siempre que vuelves de algún lugar lejano, y las rutinas no me permitieron
seguir con la práctica de yoga a diario, aunque siempre he seguido vinculada de
algún modo, especialmente durante mis dos embarazos, cuando reactivé la práctica
constante para el alivio de dolores de espalda.
Y así, intentando transmitir un
poco de optimismo a esta situación, hablando de viajes y reencuentros virtuales,
hoy cierro este post sin receta culinaria pero si estando un poquito más cerca de
la receta de la felicidad, para la que cada uno elige los ingredientes.
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